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Thursday, August 13, 2020

Hipólito Ruiz, Un Joven De Burgos Descubre La Flora De Perú Y Chile (1777-1788)

 

            El 3 [octubre de 1779] hicimos la primera excursión, acompañados del Alférez de Milicias y de tres Peones, internándonos rio abaxo hasta la casuca de la Centinela abanzada; donde dejamos nuestras Caballerías y continuamos a pie herborizando por aquellos hermosos y deliciosos campos; cubiertos de multitud de vegetales; cuya perpetua fragancia y aroma recrea y vivifica los sentidos de tal manera, que parece que combida aquel terreno á no apartarse jamás de él. Sobre todos los Vegetales, los mas abundantes son (los) de la familia de las Orchideas, cuyos bulbos, colocados sobre la faz de la tierra, visten y cubren como un empedrado los terrenos más secos y peñascos; y los variados colores de sus estrañas y preciosas flores matizan aquel singular y natural pavimento.

            Volvimos al Fuerte, donde nos habian alojados aquellos Militares, con mas de quarenta plantas nuevas, distintas todas de las que habiamos visto en otros lugares.



   
    Hay ofertas irresistibles, sobre todo si tienes veintitrés tres años. Aunque sepas que, si aceptas, tu vida cambiará irremediablemente y quedarás marcado para siempre. Y eso es lo que les debió pasar, en Madrid, a finales del siglo XVIII, a dos jóvenes estudiantes de farmacia y con una cierta inclinación hacia la botánica.

    
    Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) es el botánico que marcó profundamente el desarrollo de la botánica en Madrid –y por extensión en España– el último cuarto del siglo XVIII. Era un personaje muy capaz, viajado, con aficiones literarias y buena pluma, bien conectado en los ambientes Botánico-farmacéuticos de la Corte –sobrino de Joseph Ortega (1703-1761), a quien Linné había dedicado el género Ortegia– y, sobre todo, ambicioso. Había estudiado filosofía y medicina en Italia, pero retornó a la muerte de su tío, en 1762, para heredar la farmacia, una de las mejores de Madrid, y en 1771 ya fue nombrado primer catedrático del Jardín Botánico. Después de una estancia en París en 1776, había logrado convencer José Gálvez (1720-1787), el ministro de Indias, para organizar una expedición con el fin de conocer más a fondo las riquezas vegetales de los dominios americanos, concretamente del virreinato del Perú. Pero, le faltaban los botánicos!

 
Hipólito Ruiz [de Jaramillo-Arango, 1952]
   
    Hipólito Ruiz López (Belorado, Burgos 1754-Madrid 1816) era un joven, hijo de campesinos, que con 14 años fue a Madrid y, bajo la tutela de un tío farmacéutico, empezó a estudiar diversas materias relacionadas con la farmacia, entre otras, botánica. Desde 1772 trabajaba en el jardín de Migas Calientes bajo la supervisión de Gómez Ortega; tenía poca experiencia botánica, pero era inteligente y trabajador, y aceptó encantado la propuesta de participar en la expedición. José Antonio Pavón y Jiménez (Casatejada, Cáceres 1754-Madrid 1844) era también sobrino de farmacéutico, quien le había colocado como meritorio en la farmacia del Real Sitio de la Granja; además, tenía una beca para estudiar botánica y otras materias relacionadas con la farmacia. Gómez Ortega no lo conocía antes, pero también lo enroló.
 
   
     Al final, la expedición estaba formada por Hipólito Ruiz y José Pavón como botánicos, José Brunete (1746-1787) e Isidro Gálvez (1754-1829) como dibujantes y acompañados por el botánico francés Joseph Dombey (1742-1794). Aunque el jefe era Ruiz, el botánico más experto era Dombey, y esto fue a menudo fuente de conflictos. Más tarde, a finales de 1784 y ya en América, se incorporaron dos aprendices: un botánico, el navarro Juan Tafalla (1755-1811), y un dibujante, Francisco Pulgar. En principio, la expedición estaba prevista para cuatro años y Dombey, de hecho, retornó a España en 1784, pero el resto continuaron en América hasta 1788.
 
   
    Habían salido de Cádiz el 19 de octubre de 1777 y llegaron a Callao a primeros de abril de 1778. Primero herborizan los alrededores de Lima, pero luego ya organizan expediciones para explorar las zonas costeras al norte y sur de Lima. En mayo de 1779 emprenden viaje hacia Tarma, en la otra vertiente de los Andes; explorarán esta provincia y la de Jauja hasta abril de 1780, cuando retornan a Lima. Pero a finales de mes ya están de nuevo en marcha hacia Huánuco –más allá de Tarma–, el principal centro de recolección de la quina y donde se cultiva también la coca; permanecerán en la provincia hasta finales de marzo de 1781. Junio lo pasan en Lima, y de julio a septiembre vuelven a explorar la zona costera al norte de la capital, aunque ahora ascenderán por algunos valles andinos. En diciembre embarcan todos hacia Concepción, donde llegan a finales de enero de 1782. Herborizan sobre todo por los alrededores de Concepción, aunque también hacen desplazamientos más largos, como cuando van a buscar la araucaria hacia el interior. A finales de marzo de 1783 emprenden viaje hacia Santiago, divididos en dos, un equipo con Ruiz y los dos dibujantes, en el otro Pavón y Dombey. Llegan a mediados de abril. A primeros de octubre marchan hacia Valparaíso, para volver a embarcar hacia Callao, donde llegan a primeros de noviembre. Ya en Lima, y cuando se preparaban para retornar a España, reciben la orden de continuar la exploración de la región de Tarma, Huánaco y Cuchero. A mediados de mayo de 1784, ya sin Dombey, están de nuevo en marcha hacia la región Huánuco, que ya conocían en parte de la expedición de 1780-81. Se quedaron, estableciendo varias bases, hasta finales de enero de 1788, en la que retornaron a Lima. Embarcaron hacia España el 1 de abril y a mediados de septiembre ya estaban en Cádiz, entrando en Madrid a mediados de noviembre de 1788.
 

Una de las láminas de los dibujantes de la expedición, conservada en el RJB de Madrid [de González Bueno, 1988]


   
    El relato del viaje que nos ha llegado es el de Ruiz. Hay varias versiones, aunque él no llegó a ver nada publicado. El texto que he usado corresponde al manuscrito que encontró en el Museo Británico de Londres el botánico y diplomático colombiano Jaime Jaramillo Arango (1897-1962), que la editó y enriqueció con varias ilustraciones e índices. Hay otra versión anterior, publicada por el padre Agustín Jesús Barreiro (1865-1937) en 1931, pero sobre un manuscrito de Ruiz más incompleto y mucho menos pulido. La edición de Jaramillo Arango, de 1952, comprende la relación del viaje, hecha por Ruiz (p. 1-392), varios apéndices, donde aparecen desde las instrucciones de Gómez Ortega antes de embarcar, hasta la lista de plantas vivas con que retornan a España, pasando por numerosos oficios, anuncios o informes generados durante todos estos años (p. 393-476). También se reproduce el epílogo que Barreiro había incorporado a la versión de 1931 (p. 477-526). Además, hay un segundo volumen, de 245 páginas, que contiene varios índices: de nombres científicos de plantas, de nombres vulgares, de términos indígenas, geográfico, onomástico...

    
    La relación propiamente dicha consta de 60 capítulos. En general, alternan los dedicados al relato de las diferentes etapas del viaje con otros que nos ofrecen una descripción geográfica más o menos amplia de los diferentes territorios por donde pasan. De estos últimos, muchos corresponden a las diversas provincias que van conociendo, algunos están referidos a las principales ciudades –la descripción que hace de Lima es muy completa– y en otros describen los pueblos donde establecieron los campamentos y sus alrededores. En todos estos capítulos descriptivos se vislumbra la pretensión de que sean considerados como informes de amplio alcance, algo al estilo de las crónicas de los primeros conquistadores. Población, etnografía, clima, cultivos, fauna, flora, minería, hidrografía, vestigios de culturas precolombinas, estructura política, comercio, historia, sociología, enfermedades... todo tiene cabida. Los apartados que tratan de temas relacionados con los indios son numerosos: idiosincrasia, condiciones de vida y trabajo, revueltas y castigos..., pero son los dedicados a las plantas los que ocupan mayor extensión, con prioridad para las de interés económico, especialmente medicinal o alimenticio, aunque la lista es mucho más amplia: ornamentales, tintóreas, rituales, textiles... Ruiz es muy respetuoso con los conocimientos que los indios tienen de las plantas, y recoge todos los usos y a menudo también los nombres indígenas. En general, la lectura de estos capítulos, a pesar de la diversidad y cantidad de información que contienen, es amena y fácil, con curiosidades de todo tipo.

    
    Los capítulos dedicados a los viajes son a la vez descripciones geográficas de los itinerarios recorridos por los expedicionarios y justificación de su trabajo. Así, muy a menudo día a día, nos enteramos de las distancias entre las diferentes paradas y de la topografía del territorio, el paisaje y la vegetación con la que se encuentran y cómo son los pueblos por donde suelen pasar. Y, siempre, las plantas interesantes que descubren por el camino. Al mismo tiempo, de vez en cuando, Ruiz informa de las actividades de los otros miembros de la expedición y sobre cómo progresa el trabajo científico: plantas secadas, descripciones completadas, láminas dibujadas, envíos de plantas vivas y semillas... También aparecen, entremedias, cuestiones cotidianas o mundanas, como los problemas financieros, los gastos practicados, las relaciones con la jerarquía colonial, el trato con los colonos o los indios o las condiciones de alojamiento. Además de las enfermedades e indisposiciones que afectan a menudo a los expedicionarios, también se relatan con detalle los principales acontecimientos –cuando no desgracias– que los afectan. Así nos enteramos del asalto que sufrieron en el primer viaje largo fuera de Lima, la falsa alarma con que los pusieron en fuga para robarles las pertenencias o la pérdida de una mula en el río con el sueldo de los expedicionarios. Pero también de la muerte del dibujante Brunete en mayo de 1787 o el incendio de Macorís en 1785, donde Ruiz perdió los diarios de tres años y medio, entre ellos casi todos los correspondientes a Chile. Sin embargo, tal vez son las vicisitudes del barco "San Pedro de Alcántara" las que aparecen en el relato más veces, debido a su larga agonía y a que los expedicionarios intentaron compensar al máximo las pérdidas. Había zarpado de Callao en 1784, y poco después ya se tuvieron que tirar por la borda todos los tiestos de plantas vivas, con el fin de poder volver a puerto a estabilizar la carga y rehacer el buque. Finalmente, tras una singladura muy lenta, naufragó, a primeros de febrero de 1786, frente a la costa portuguesa en Peniche. Con buceadores se pudieron rescatar casi todos los cañones y una buena parte del oro que llevaba, pero no aparecieron ninguno de los 53 cajones enviados por los botánicos, con unas 800 láminas de dibujos y muchísimos pliegos. Las relaciones entre los miembros de la expedición no se explicitan mucho, pero se vislumbra la preferencia de Ruiz para ir en compañía de Gálvez y, si pone algún tratamiento antes del apellido, los botánicos aparecen a menudo como "compañero Pavón" y "Mr. Dombey". Hacia el final de la expedición las desavenencias con los dibujantes son notorias. En todo caso, el relato no es pasional sino neutro, sin intimidades ni grandes reproches hacia el resto de expedicionarios.

    
    De las tres grandes expediciones botánicas organizadas por la Corona española a finales del siglo XVIII, la de Ruiz y Pavón fue la más productiva desde el punto de vista científico. A pesar de que en las condiciones del enrolamiento de Dombey figuraba que la publicación de los resultados sería conjunta, éste volvió a Europa antes y se planteó su avance. Una iniciativa diplomática española lo impidió, pero los pliegos de Dombey fueron a parar a manos de Charles-Louis de L'Héritier (1746-1800), que se los llevó a Londres y publicó algunos de los materiales de Dombey. Por eso en Madrid se organizó una "Oficina Botánica de la Flora del Perú", con el objetivo de preparar cuanto antes la publicación de los materiales. En el año 1794 apareció el "Prodromus de la flora de Perú y Chile", en 1798 el Systema vegetabilium Florae peruvianae et chilense y entre 1798 y 1802, los tres primeros de la Flora Peruviana et chilensis, pero la publicación de los volúmenes 4 y 5 tuvo que esperar hasta los años 1956-58. Aunque firmados por los dos botánicos españoles, parece que la mayor parte de la redacción de estas obras corresponde a Ruiz. De hecho, después de la muerte de éste, ya no aparecieron más volúmenes de la Flora..., aunque las dificultades económicas también tuvieron que ver. Muerto Ruiz, Pavón comenzó a dispersar los materiales de la "Oficina Botánica", vendió a Philip B. Webb (1793-1845) muchos de los pliegos recogidos durante la expedición, que ahora se encuentran en Florencia y muchos de los manuscritos acabaron en manos de Aylmer B. Lambert (1761-1842), hoy día depositados en el British Museum.



Hipólito Ruiz. Relación histórica del viage, que hizó a los Reynos de Perú y Chile el Botánico D. Hipólito Ruiz en el año de 1777 hasta el de 1788, en cuya época regresó a Madrid. Ed. Jaime Jaramillo-Arango (1952). Madrid, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. 392 p. [Disponible en Biblioteca digital del RJB]



* Más información en: Antonio González Bueno –ed.– (1988). La expedición botánica al Virreinato del Perú (1777-1788). Catálogo, 2 vols. Lunwerg editores S.A. Barcelona, Madrid.
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Viviendo Valencia En Fallas. Marzo De 2016

Después de un sentido adiós a mi ya querido Santiago de Compostela, que me conmovió con toda su historia, espiritualidad y misticismo, llegué esta vez por aire - en un vuelo de Ryan Air- a mi siguiente destino donde me reencontraría con Ana y Pedro y viviría la ciudad en su semana más movida del año, respondiendo a una invitación que me habían hecho cuando los visité el año anterior.(http://lavidaviajera.blogspot.com/2020/02/48-horas-en-valencia-por-primera-vez.html).

Nada más aterricé en el aeropuerto de Valencia y Ana ya me estaba esperando con una programación para los tres días siguientes, que incluyó como es habitual comida y bebida, pero también mucha tradición, que tuve la fortuna de vivir junto a ellos y a sus amigos, porque esta es una fiesta que se vive en comunidad, en toda la ciudad, pero con mucha identidad de barrio.

Lo primero que hicimos luego de deleitarme con el delicioso almuerzo de Ana, fue salir a recorrer la ciudad para ir interiorizándome en el ambiente Fallero, donde todos son bienvenidos, también  los turistas.



Las Fallas han sido declaradas Patrimonio de la Humanidad por Unesco, y se trata de una celebración de 19 días, entre el 1 y el 19 de marzo de cada año, que comprende diferentes hitos y etapas.



La tradición se remonta al siglo XV, cuando cada 19 de marzo, el día de San Josep, celebrando además la llegada de la primavera, los carpinteros del gremio quemaban fuera de sus talleres los atriles y los muebles que les servían para iluminar los espacios de trabajo en invierno, armando unas piras en la calle frente a cada taller. Desde esos tiempos se identificó la fiesta con la renovación y con los nuevos inicios.

Actualmente los días de fiesta comienzan con la Crida y la Despertá, que se celebra el último domingo de febrero de cada año, oportunidad en que se anuncia el inicio de las fallas, dándolas por inauguradas esa noche el mismísimo Alcalde y la Fallera Mayor en las Torres de Serrano.



Cada  15 de marzo se lleva a efecto la Plantá, que marca el inicio de la semana de más ferviente actividad en toda la ciudad. Todo empieza a media noche con la Nit del Alba, que anuncia el inicio con todo con un espectáculo de fuegos artificiales en la plaza del Ayuntamiento, al mismo tiempo que empieza el montaje de las figuras o Ninots por cada Comisión Fallera y el artista encargado.

Hay en cada barrio, varias comisiones y se levantan tanto fallas infantiles como fallas mayores, ambas cuales son calificadas y compiten por el honor del barrio y también  para salvar al Ninot Indultat, que es el único que no arde en la Cremá,  final de la fiesta que se celebra el día 19 de marzo de cada año.


Yo justamente llegué el día de la Plantá, así que pudimos pasear por cada cuadra e ir visitando las fallas, que son hermosas y coloridas. Ana y Pedro, me explicaban que aquellas figuras representan los acontecimientos más importantes del año, muchas veces en clave de sátira en especial a los políticos y también a la monarquía, pero también sirve de ocasión para despertar la sensibilidad en la población respecto de temas relevantes como la violencia de género, tópico elegido en 2016.


En nuestro deambular fallero recorrimos - pañuelo tradicional al cuello- los sectores más importantes de la ciudad en gratas caminatas, en las que aprovechamos también para ponernos al día de todo el acontecer familiar. Saliendo de casa, cruzamos los Jardines de Turia, levantados sobre el antiguo cause del río, donde sonaban los petardos y yo me fascinaba más y más, cuando me di cuenta que podía comprar petardos y estrellitas, que acá están prohibidas ...



Llegamos avanzando sólo unos pasos al hermoso Barrio El Carmen, donde nos recibió la falla  de Na Jordana, dedicada a los besos, en todas sus formas y que fue una de las ganadoras de esta versión.





Seguimos caminando y fuimos encontrando cantidad de Ninots por todas partes, tanto de los barrios, como de los gremios, como esta de los trabajadores de la radio.



Una de las más impresionantes para mi fue la falla de la Plaza del Pilar, primero por lo grande y hermosa, tenía 35 figuras de estética Rusa y también porque estaba atochadísimo de gente lo que hacía difícil poder admirarla en su totalidad, aunque se podían reconocer fácilmente a los personajes que la conformaban, del ámbito de la política y la monarquía.



Todo nuestro paseo por supuesto se iba matizando con varias invitaciones a probar todas las delicias tradicionales como los buñuelos, chocolate caliente y varios pescaditos rebosados también exquisitos, como para comer de pie rápido, y seguir paseando.



Otra tradición hermosa con la que uno se tropieza estos días son los muchos pasacalles que se ven, con banda de música y mujeres y hombres de todas las edades, incluso con guaguas en coche, vestidos de falleros, que caminan y bailan al ritmo por todos los barrios.




Una de las fallas más bonitas y grandes es la que se levanta en la plaza del Ayuntamiento, que no está en la competencia, y que ese año se dedicó a la importancia de la mujer y al arte fallero. La estatua enorme que tenía un corazón digital rojo que latía en su interior, y estaba hecha íntegramente en un material parecido a la paja y rodeada de varias representaciones de las construcciones más famosas del mundo, como la torre Eiffel, el David, y Lady Liberty.


En casa las cosas también estaban en "el ambiente";  Ana tiene mil detalles conmigo cada vez que los he visitado, y tiene de todo para alimentarme y consentirme: jamón del más rico (que es la única carne que como), buñuelos exquisitos del horno de abajo (que jamás me ha dejado pagar), juguito fresco de naranjas al desayuno y también mi pañuelo fallero. Entre las conversaciones, las caminatas, la sobremesa, las mini siestas y las ya tradicionales visitas a "vitrinear" al Corte Inglés de Nuevo Centro, combinábamos el plan tradición con el más familiar.




Lo más lindo de pasar esta fiesta en familia es poder vivirla desde dentro, Ana y Pedro me incluyeron además en sus planes de Verbena y paseos, pero también me explicaron cada uno de los ritos, las etapas y las indumentarias: el traje fallero, sus componentes, en especial el de las mujeres que incluye vestido y zapatos, joyas y peinado.




Los demás días los dedicamos a repasar algunos puntos más turísticos como el Mercado Central, con sus  hermosos vitrales y la Lotja de la Seda, cada uno también con sus respectivas fallas cercanas. Cruzamos el Barrio El Carmen y nos encontrábamos cada vez con los pasacalles, la música y los bailes.



También pude presenciar la ofrenda, que es una de las tradiciones más bonitas y queridas de esta fiesta, que tiene sede en la plaza de la virgen contigua a la catedral. Se trata  de la ofrenda floral que cada comisión fallera hace a la Virgen de los Desamparados, Patrona de la ciudad, representada en una escultura de madera enorme situada al centro de la plaza.



A medida que van llegando los y las falleras depositan a sus pies ramos de claveles rojos y blancos, que se van disponiendo en orden en el manto según el diseño correspondiente a ese año, hasta estar totalmente cubierto. Debo decir que este rito de la fiesta es de los más emotivos que me tocó ver, incluso algunos falleros se retiraban llorando del lugar, lo que hacía la experiencia más conmovedora.




Un paseo interesante también fue la visita a la Plaza Lope de Vega, que además de servir de sede a una hermosa falla, presume de contener uno de los edificios con una de las fachada más angostas de Europa. La "estrecha" como la llaman es hoy una tasca en conjunto con su piso vecino, pero sirvió como casa anteriormente, con sus solitos 107 centímetros de ancho. 


Esta plaza también me gustó mucho porque en ella también se encuentran los Turrones Ramos, donde casi enloquecí ... había todo tipo de turrones: de Alicante, Jijona y de nieve, además de exquisitos mazapanes. Ana compró varios mazapanes de regalo, pero tengo que reconocer que no llegaron a Chile. (Si llegaron a salvo todos los chorizos y los jamones, que anduve paseando tres semanas para que papá y Marce disfrutaran de ellos)

Desde ahí nos trasladamos caminando hacia Eixample, para disfrutar otra de las maravillas de Fallas, y que son como un sueño. La Falla Sueca Literat Azorín, es muy destacada y premiada por el espectáculo de luces que se monta cada año y que es impresionante, por su altura y también por su diseño; es un pasillo, con miles de ampolletas, que hacen figuras hermosas como de mandalas o arabescos... había tanta gente que no se podía avanzar muy rápido, lo que fue excelente porque nos permitió no perdernos detalle. 


La vecina Cuba Literat Azorín fue la que se llevó los premios ese año, es también es muy visitada e impresionante su diseño e iluminación. Estaba dedicada en esta versión a lo inapropiado del piropo y por eso se llamaba "Calla, canalla!"




Otro rito diario de las fallas es la Mascletá, que es un conjunto de explosiones de petardos que estallan a mediodía en los barrios. Nosotros asistimos a la de la plaza del ayuntamiento y también con ocasión de la Verbena a la que asistimos justo coincidimos con el sonoro acontecimiento.




La mascletá del centro es más multitudinaria y más grande, por lo que además es ensordecedora. A su alrededor hay varios puestos de comida y todo el mundo pasea muy animado. Este sector que también había visitado mi primera vez en la ciudad lucía distinto a la calle llena de comercio de marcas y hoteles, aunque siguen destacando sus lindos edificios estilo art decó.

 

La verbena es una fiesta comunitaria, que se monta en cada barrio y donde se celebra el contexto de fallas. Nosotros fuimos de día y de noche, y en ambas ocasiones se come, bebe y disfruta por igual. Acá Ana y Pedro se cruzaron con todos sus amigos y los hijos de sus amigos, muchos de ellos, en especial las mujeres más jóvenes luciendo el traje fallero, por lo que aproveché para preguntar en confianza todas mis dudas. 


Y algunos que amenizaba la velada ... muy simpática !



Otro sitio que no  tiene mucha relación con Fallas, pero se ha convertido en uno de mis favoritos de la ciudad es el Café de las Horas (http://www.cafedelashoras.com/), contiguo a la Plaza de la Virgen, que es un lugar con súper linda decoración y con una estética muy interesante y que además por lo que me contaron tiene una escena cultural muy variada, con lecturas, representaciones de teatro y mucha música bajo su hermoso cielo estrellado pintado en el techo.


Nos sentamos con  Pedro y Ana, su amiga María José y su marido a tomar la famosa Agua de Valencia, que está hecha de zumo de naranja, cava, vodka y gin, y que como todo cocktail suave, es sumamente engañador... y nos dejó bien contentos y entusiastas para seguir disfrutando.



Ya de regreso a casa, y previo paso por la verbena, donde había banda en vivo y  unos gin tonic, nos instalamos a la orilla de los jardines de Turia para disfrutar las alternativas de la Nit del Foc, última noche antes del gran cierre. Esta noche se montan varios espectáculos pirotécnicos en el Ayuntamiento y también en las Torres Serrano, que fueron los "castillos" que alcanzamos a ver y escuchar.

La tarde del día siguiente yo partiría en tren a Madrid y de ahí a Amsterdam, por lo que me perdería el broche de oro de las fallas: la Cremá, en la que emulando a los talleres de los carpinteros de antaño  le prenden fuego a los Ninots exhibidos en cada barrio, salvo los ganadores a los que se les indulta y se les lleva al museo.

Mis anfitriones estaban tristes porque me perdería el gran final, pero yo me quedé feliz porque en mi memoria estas hermosas figuras vivirían para siempre, y en realidad, porque me daba pena verlos arder ... aunque más pena y emoción me daba despedirme de ellos una vez más, aunque sin saberlo los vería más pronto de lo que pensaba el verano siguiente, cuando estuvimos disfrutando de unos días maravillosos de sol en el Mediterráneo, en su departamento de La Pobla de Farnals.

Me despedí de mi familia feliz y agradecida por recibirme nuevamente en casa y pasearme por la hermosa ciudad y por permitirme vivir de su mano la fiesta y esta maravillosa tradición de fuego y renovación, inmersa en la cultura, como no habría podido si no fuera por el cariño y las atenciones de mis anfitriones.

Next destination: Amsterdam !





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